El corazón humano es tan libre que no ama en función de nada.
El alma humana es tan cándida que no quiere en función de nada.
A veces sentimos amor por personas que tal vez juzgamos que no nos dan el trato que creemos merecer. Pero a pesar de ello, las amamos.
Esto no es debilidad, sino grandeza. Amar de forma incondicional, no quiere decir no poner límites. Tampoco tolerar lo intolerable.
Puedes dejar marchar a personas o alejarte de ellas y seguir sintiendo bonito por ellas.
Porque la razón y el corazón no suelen ir de la mano.
Mirarte y mirar con compasión a los demás, es un acto de humildad y sabiduría.
Si reconociéramos que lo hacemos y hemos hecho lo mejor que podemos, nos sería más fácil aceptar, que los demás, y especialmente aquellos que crees que más te dañan, también lo hicieron y hacen lo mejor que pueden.
Esto es muy liberador. Esto es no perder la paz sagrada.
A veces nos cuesta comprender que nada es personal.
A fin de cuentas, cada uno da lo que tiene en su corazón, según su nivel de consciencia y aprendizaje.
Todos podemos aprender de nuestras relaciones.
Nada es un fracaso ni una pérdida de tiempo. Todo es perfecto para nuestra propia evolución personal.
Aceptar es amar. Poner límites es amar. Comprender es amar. Perdonar es amar.
En la medida que nos demos todo esto a nosotros mismos, podremos darlo a nuestros semejantes.
La vida es hermosa. Es una madre buena que nos entrega ese amor puro que todos necesitamos. Ese amor incondicional.
El ser humano es maravilloso, con todos sus errores e irresponsabilidades.
Creer en la vida y en los demás es crear un lugar mejor donde habitar.
Donde todos tenemos cabida.
Mientras haya vida, hay esperanza.
El amor es la mejor medicina.
Y no juzgar el mayor reto.
Marisa M. Sánchez