Todos somos una gran obra de amor. El saberlo e integrarlo nos acercaría a la serenidad y a la felicidad.
Todos somos AMOR pero tendemos a cubrir nuestros fallos y aquello que dicen que son defectos para aparecer perfectos ante los demás.
Tememos no ser amados en nuestra totalidad. Y ese es el problema.
El ser humano comete errores pero no por ello deja de ser hermoso.
El problema está en el juicio. A diario todos tiramos piedras y nos juzgamos y condenamos.
Cubrimos nuestra oscuridad con un manto de apariencia.
Sin embargo señalamos la oscuridad del prójimo.
Hemos demonizado el error con culpa y juicio.
Ya lo dijo Cristo, “El que esté libre de culpa que tire la primera piedra”.
Pero siempre nos excusamos en que nuestros fallos son más pequeños que los de los otros.
Pero la verdad es que tu peor acto no te define.
El que anda en la virtud puede desvirtuar y el más desvirtuado puede llegar a ser el más sabio.
La solución sería que no perdiéramos la fe los unos en los otros.
Porque todos somos Uno.
¿Y quién soy yo para condenar a alguien si no quiero que me condenen?
¿Quién para juzgar a otros si no quiero que me juzguen?
Toda afrenta en realidad no es nada personal.
Nada ni nadie va contra ti.
Simplemente cada uno da lo que lleva en su corazón.
Si ese corazón tiene carencias. Dará desde la carencia.
Si tiene miedo dará desde el miedo.
Si tiene generosidad, dará desde ella.
Pero nada ni nadie dará desde lo personal.
Cada uno se encuentra en un estado de consciencia o inconsciencia.
Porque todo empieza en ti.
Y en el mundo mientras haya juicios de valor, seguirá habiendo carencias.
Mientras haya vida habrá esperanza.
Y ella espera cada día, como una madre de amor incondicional, a que cada uno de nosotros se encuentré a sí mismo.
Y deje a los demás en su camino de aprendizaje.
La vida espera sin juicios.
La vida espera con AMOR.
Porque la vida sólo es AMOR.
Marisa Morales Sánchez