A muchos nos enseñan que hay que atender a los otros, que hay que estar ahí para ayudarlos y sostenerlos, que tenemos que cuidar de los demás, que de eso se trata la vida, que eso es ser «buena persona».
Con estas creencias, y a veces sin darnos cuenta, vamos dejándonos abandonados en el camino, en nuestra vida. Porque nuestras necesidades no son importantes, al menos no tanto como las de los otros…
Y así nos sumergimos en una vida de frustración e insatisfacción. Porque, si no nos atendemos a nosotros mismos, una vez que somos adultos, ¿quién lo hará?.Y, de esta forma, perdemos nuestro equilibrio interior.
Cada persona, cada ser humano, ha de responsabilizarse de su propia vida, porque nuestra vida es nuestro mayor patrimonio. Y es justo que atendamos nuestras necesidades físicas, emocionales y espirituales, que atendamos nuestros sueños, que busquemos nuestra felicidad. Para eso estamos aquí: para hacer nuestra vida, en base a nuestros valores.
Está bien ayudar, sostener, entregar… pero con una medida justa, porque todos estamos conectados y todos nos necesitamos, ¡claro que sí!. Eso está bien, y también es hermoso, pero no por ello te dejes apartado o apartada en el camino. No dejes de amarte a ti mismo, a ti misma en pos de los demás. Esto es una falacia porque, si no eres feliz por no hacer lo que verdaderamente quieres en tu vida, no te estás haciendo un bien a ti mismo. Y el amor propio es tan importante como el amor a las demás personas. Eso sí te proporcionará sosiego y paz.
Quiérete, hazte feliz, cuídate con gran amor y entrega. Lo mereces tanto como los demás: esos a los que dedicas tu tiempo, tu energía y tus más nobles sentimientos. Porque, al final, todo empieza en ti.
¿Qué tal llevas tu existencia? ¿Encontraste el equilibrio entre tu vida y la de los otros? Si no es así, estás a tiempo de cambiar porque, mientras hay vida, hay esperanza.